Quería escribir un análisis del partido, de la garra, de la emoción, de lo injusto que hubiera sido una derrota ante un equipo que, a todas luces, no fue superior. Pero me estoy volviendo viejo y anoche, en el estadio, pude experimentar uno de esos momentos que se suponen deben quedar por siempre en la memoria.
Después de un par de años bastante difíciles, en casa estamos tratando de ordenarnos y yo, en particular, estoy aprendiendo recién -cuando ya estoy empezando a dar la vuelta- a valorar y aprovechar más los tiempos de calidad con la familia.
Así que aproveché para ir con mi hijo -mayor de edad y ya universitario- al estadio. Aunque se identifica con mi equipo local, es más hincha del Barcelona de España. Para mí, antes, eso de ser hincha de un equipo que ni siquiera es de tu país era una tontería. Pero he sido testigo que sí se puede, de verdad, sin que se trate de una pose. Y hoy lo acepto. Pero surgió esta oportunidad y mi hijo me sorprendió con su rápido y contundente «vamos».
No es la primera vez que vamos al estadio, pero la última todavía seguía siendo muy chico y aún no le interesaba el fútbol de la manera enfermiza (en el buen sentido) como sucede hoy. Para colmo, esa última vez, el equipo se comió una goleada en contra.
Tras ponernos nuestras camisetas «réplica» 😉 , hacer la fila que parecía interminable y pasar los controles de seguridad, llegamos. La entrada al estadio Monumental es un espectáculo indescriptible y que, después de haberla vivido una vez, quieres siempre repetirla: mientras te vas acercando, a través de los grandes portales va revelándose ante tus ojos el campo de juego, las tribunas que van llenándose y todo mientras escuchas los cánticos que van calentando el ambiente.
Elegimos unos asientos justo sobre la línea de gol del arco norte. Al voltear pude ver a mi hijo maravillado con el espectáculo que estaba viendo: las luces, la gente, la fiesta. Hace tiempo él quería disfrutar del deporte que hoy tanto lo apasiona. No era el camp nou, pero por primera vez, de manera consciente, estaba experimentando la sensación de ir al estadio a ver y a alentar. Quizás no al equipo que hoy tiene ganado su corazón, pero por lo menos con el que simpatiza.
El recibimiento del estadio al equipo cuando saltó a la cancha lo terminó de enamorar. Papelitos, globos, canciones, el suelo retumbando. Volví a voltear y ahí estaba, aprendiéndose sobre la marcha las letras de cada uno de los cánticos de la barra. Sabía que si uno va a al estadio no puede dejar de alentar.
Pese a la malísima señal en el estadio, con la ayuda de Google pudimos identificar a los 11 inicialistas y sus posiciones. Solo eso le bastó para familiarizarse, alentar y putear por su nombre a cada jugador.
El rival de anoche fue ordenado y tenía la idea clara de lo que tenía qué hacer, pero nada más. No parecía un equipo brasileño. Sin demostrar superioridad en la cancha, nuestro equipo -porque ya sentía que mi hijo se iba identificando cada vez más- no concretaba, no se animaba a improvisar y todo quedaba en intenciones que no se convertían en goles.
Así pasó el primer tiempo. En el segundo la tónica fue la misma, salvo con una gran diferencia: la visita aprovechó unas descoordinaciones tontas y se puso arriba en el marcador por 2-0.
Aún faltaban 20 minutos para el final y hubo gente que se empezó a ir del estadio. «Si pagan su entrada, por lo menos deberían quedarse hasta el final. No como los que se fueron del partido de Real en las semis de la Champions», me dijo.
Aunque le doy toda la razón, confieso que también pensé en irme antes. Nunca antes lo he hecho, pero ahora pensaba en más que por evitar el gentío (porque el Monumental estaba repleto), quería evitar que el primer recuerdo consciente de mi hijo en el estadio, en un partido al que quería ir, sea con una derrota. Y fea.
«La historia no juega, pero empuja»
Jorge Barraza, periodista argentino, en Trinchera Crema Podcast
Pero esta nueva «primera visita» al Monumental le guardaba una última sorpresa a mi hijo. No solo volvería a casa maravillado por el espectáculo que, gracias a dios, está volviendo a ser ir al estadio en Lima. Sino que iba a conocer eso de lo que tanto se habla, pero que solo un hincha de la U sabe lo que es: la garra.
Todo parecía perdido y cuando faltaban poquísimos minutos para que se cumpla el tiempo reglamentario, el equipo -que anduvo sin rumbo- se acordó de lo que es vestir la camiseta crema y puso algo más. A los 87′ un pelotazo en el área de Goiás fue aprovechado por Riveros y el Monumental explotó. No solo lo gritamos como nunca, abrazándonos fuerte, sino que nos sumamos a esa única voz que sonaba en el estadio que le pedía al equipo poner más «huevos» en la cancha.
Con solo unos minutos adicionales la remontada era impensable. Pero con una derrota no podíamos volver a casa. Desde la tribuna había que alentar.
Cuando se cumplía el último minuto adicional, Valera, de cabeza, selló el empate. El estadio explotó. Todo fue una locura. Ya no teníamos más garganta. Cuando reaccioné, estábamos fundidos en un abrazo con un hombre y su pequeño hijo, que estaban en la fila delante de nosotros, y que tampoco podían creer lo que estaba pasando.
Pasada la medianoche volvimos a casa. Ambos, cansadísimos, con las gargantas destruidas, pero con la alegría de haber disfrutado un tiempo juntos. Siendo sinceros, más que el resultado, yo estaba contento por toda la experiencia vivida junto a mi hijo. Antes de acostarme, pasé por su habitación. Lo abracé y le di un beso. Seguía con esa expresión de felicidad en el rostro. Yo sé que todavía sigue siendo hincha del Barza, pero desde anoche estoy seguro que quiere un poquito más a la U.
Muy bueno tu comentario te felicito soy hincha de universitario sigue asi
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se sintio como la 27
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Buen artículo, para los que hemos vivido alguna vez esa sensación es indescriptible. Abrazo.
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Leer tu relato fue recordar las más de 70 mil almas cantando y retumbando el estadio Monumental.
Esa experiencia tu hijo jamás olvidará, yo pasé algo similar con mi primo hermano.
Él no es mucho de ver fútbol, pero esa adrenalina, jamás podrá quitársela de sus recuerdos.
Lo animamos con mi otro primo hermano (es hincha como yo), y disfrutar esa experiencia los tres, no tiene explicación alguna.
La vida es un misterio, y el misterio es sentir locuras, esas locuras te lleva a conocer a Universitario de Deportes.
Felicidades y sigue compartiendo con tu hijo esos momentos que quedarán en los dos para siempre.
Dale U Garra.
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